Las Noches Muertas
El posadero limpiaba las jarras de cerveza mientras observaba la noche oscura a través de la ventana del fondo. Fuera, la tormenta de nieve no parecía tener intenciones de amainar.
La puerta se abrió de repente, y el viento y la nieve penetraron aullando en la sala. La luz de las antorchas vaciló por unos instantes para iluminar a un monstruo alto, peludo y con cuernos que irrumpió en el comedor.
- ¿Ya estáis aquí? -preguntó el posadero-. No os asustáis ante nada, ¿verdad?
Un forastero, embozado en una capa, levantó la mirada desde su oscuro rincón al lado del hogar.
El monstruo, que caminaba sobre dos patas y llevaba en sus garras una larga vara de saúco, gruñó afirmativamente mientras se sacudía la nieve del pelaje.
- No, no podemos dejar que el mal tiempo interrumpa nuestra tarea -dijo el monstruo mientras se llevaba las garras a la nuca.- No hay excusa para no cumplir durante las Doce Noches.
El monstruo levantó con pesadez la cornuda máscara y dejó aparecer la cabeza de un joven. Tendría unos dieciocho años y era alto y fornido. El forastero dio una larga calada a su pipa mientras el joven dejaba la espantosa máscara sobre una mesa y el posadero le servía una pinta.
- Yo también llevaba una máscara así cuando era más joven -dijo el forastero, quitándose la capucha de su capa. La tenue luz del hogar iluminó la cara de un anciano de pelo cano y barba gris, cuyos ojos brillaban de forma un tanto extraña. El joven se acercó al anciano con curiosidad.
- Hace muchos, muchos años yo era uno de los Schiachpercht más conocidos en mi comarca. Yo tampoco me hubiera dejado arredrar por una ventisca como la de hoy. -El anciano tenía una voz muy profunda, como si surgiera de las mismas entrañas de la tierra.- Espantar a los malos espíritus que rondan durante las Noches Muertas es una tarea demasiado importante.
- ¿Noches Muertas? ¿Os referís a las Doce Noches? -preguntó el joven.
- Claro -respondió el anciano incorporándose- las doce noches (y once días) de diferencia entre los doce meses lunares y el año solar. Las noches en las que la diosa Berchta recorre las montañas, en las que la oscuridad lo cubre todo, en las que la frontera entre lo vivo y lo muerto se hace tan tenue que apenas si puede decirse la diferencia. Es justamente por eso que debíamos disfrazarnos con máscaras horripilantes para ahuyentar a los espíritus malignos, pues es en estas noches cuando campan por sus anchas por los pueblos.
- Sí -afirmó el joven con orgullo- y yo soy el Schiachpercht que siempre persigue a los espíritus más lejos, hasta las profundidades del bosque si es necesario. Yo soy el único. Los demás son demasiado cobardes.
El posadero puso los ojos en blanco, acostumbrado a las fanfarronadas del joven.
- La frontera entre la valentía y la estulticia suele ser difícil de trazar -replicó el anciano con una sonrisa indefinible.- Hay que respetar al bosque. No todo lo que ahí se esconde resulta tan fácil de ahuyentar, ni siquiera con una máscara como la tuya.
El anciano cerró los ojos y dio una larga calada a su pipa. El joven guardó silencio mientras el anciano comenzaba a relatar su historia.
- En la comarca de donde yo provengo se cuenta la historia de un Schiachpercht que, como tú o como yo, siempre salía con su máscara durante las Noches Muertas. Él tampoco tenía miedo de adentrarse en los bosques para ahuyentar a los malos espíritus.
El anciano respiró hondo antes de proseguir su relato.
- Se dice que una noche de ventisca, el joven se adentró sólo en el bosque hasta llegar a un lago de aguas oscuras del que jamás había oído hablar. Una vez ahí, se vio rodeado por fuegos fatuos del bosque que, con sus gritos, despertaron a algo realmente maligno que dormía en las profundidades. Para salvar su vida, el joven selló un pacto por el que se convirtió en un licántropo, un hombre-lobo.
- ¡Yo no creo en hombres-lobo! -dijo el joven con una risotada. El anciano lo miró con ojos de fuego, irritado por la interrupción.
- Las gentes del pueblo, preocupadas por la desaparición del joven, partieron en su busca. A la segunda noche, dieron con la máscara del joven, destrozada y cubierta de sangre. Al regresar hacia el pueblo con la máscara, esa misma partida fue atacada por una criatura de la noche, de cuyas fauces tan sólo pudo escapar un pobre diablo que, malherido, logró llegar hasta el pueblo. Antes de morir, describió un horror que caminaba sobre dos patas como un humano pero que tomó la forma de un lobo al atacar al grupo. Esa criatura, según explicó el hombre en su último suspiro, vestía las ropas del joven desaparecido antes de perder la forma humana para atacarlos.
- Es una bonita historia para asustar a los niños junto al fuego, pero los hombres-lobo no existen -insistió el joven.
- El gran triunfo del Maligno es hacernos dudar de su existencia -replicó el anciano.
- Tonterías -respondió el joven apurando su cerveza.- Aún tengo mucho que hacer este noche. Ha sido agradable conoceros pero no puedo quedarme más tiempo escuchando vuestras historias. El bosque me espera -dijo el joven mientras lanzaba una moneda sobre la barra y volvía a colocarse su máscara.
- Buena caza, joven Schiachpercht -dijo el anciano con una sonrisa.
- Lo mismo os digo, forastero -replicó el joven con la voz distorsionada por la máscara.
Un viento helado volvió a atravesar la sala cuando el joven salió. La nieve había dejado de caer. El anciano se quedó sentado un rato junto al fuego, y al terminar su pinta, se embozó en su capa, se despidió del posadero y salió al exterior.
El posadero sacudió la cabeza y siguió limpiando las jarras de cerveza. Cuando levantó la vista, se dio cuenta que el anciano había olvidado su pipa sobre la mesa. Con un suspiro, fue a recogerla y salió al exterior para ver si aún lo alcanzaba.
Sobre la nieve recién caída yacía la capa del anciano, iluminada por un rayo de la luna llena, que asomó unos instantes entre las nubes. El posadero, incrédulo, miró en derredor y creyó adivinar la oscura silueta de un lobo que se perdía en la oscuridad en dirección al bosque.
3 comentarios:
Apa! Muy chulo el cuento. La leyenda de las Doce Noches es verdad?
Una magnífica historia. Supongo que es una leyenda de los Alpes :)
Es ideal para contar al amor de la lumbre en una noche de tormenta. Sólo hay que aprender a prounciar Schiachpercht! ;)
alba, ¡muchas gracias! Sí, antiguamente se creía que durante esas doce noches el mundo estaba muerto, y las gentes con poderes especial podían convertirse con facilidad en hombres-lobo (en los Alpes y Centroeuropa) o en vampiros (en Rumania y los Balcanes).
sastre, desde que leí un reportaje sobre las tradiciones invernales en el suplemento del fin de semana del periódico local, que me entraron muchas ganas de escribir un cuento sobre ello. Y esto es lo que me ha salido... :)
Schiachpercht se pronuncia algo así como "SHIIAJPEEJT" ;)
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