domingo, 29 de julio de 2007

Evento de la marmota: Inauguración del Festival

El Festival de Salzburgo se inauguró el viernes. Para celebrarlo tenemos actos festivos durante todo el fin de semana. Uno de estos actos es la Salzburger Fackeltanz (danza de las antorchas): unas 100 personas bailan en parejas alrededor de la fuente barroca de la Residenzplatz con antorchas encendidas al romper la noche.



Hay algo mágico en las formas que dibujan las antorchas en la noche, con el único fondo de la fuente y los edificios de la Residenzplatz.



Nos esperan cinco semanas de ópera, teatro, famosos, famosillos y famosazos, cappuccino aún más caro en los Cafés y rugientes miembros de la flotilla Audi on stage conduciendo como locos por la ciudad. ¡Bienvenidos al verano en Salzburgo!

sábado, 21 de julio de 2007

Acerca del tiempo y los relojes

A menudo me hacen preguntas que no sé cómo contestar. Por ejemplo, el otro día expliqué en la oficina que el fin de semana anterior habíamos ido a bañarnos a un lago, y me preguntaron por la temperatura del agua. Yo dije que algo fría para mi gusto, pero lo que les interesaba en realidad era la temperatura en grados. Más tarde me enteré que en los baños públicos suelen colgar un cartelito con la temperatura del agua, y de que los austríacos están obsesionados con el tema. Y yo me pregunto, ¿realmente es tan importante? Especialmente cuando estamos hablando de 19 o 21 grados. ¿Qué diferencia hay? ¿Tiene nuestra piel la capacidad de distinguir esos 2 grados, como si fuera un termómetro?

Uno de los hechos que aún me sorprenden de Austria es el concepto del tiempo que tienen. Si el bus tiene que pasar, digamos, a las 07:21 y ya son las 07:23 y aún no ha pasado, empezarás a ver caras enfadadas que miran exasperadas al reloj y sacuden la cabeza. Incluso cuando el bus llega a las 07:24, es probable que alguien se queje al conductor: Sie nehmen von uns Zeit! (¡Nos está quitando nuestro tiempo!).



El tiempo es algo muy importante aquí. Claro, lo entiendo cuando estás yendo a trabajar, a nadie le gusta llegar tarde. Pero lo mismo ocurre por la tarde, cuando vuelven de trabajar. El tiempo que pasan yendo del trabajo a casa o viceversa se considera tiempo perdido. Parece que tienen mucha prisa por llegar, y se decidirán por ir en coche (o en bus, o en tren) si eso les ahorra 3 minutos (!!!) en el camino de vuelta a casa. No lo entiendo. ¿Tal vez sea que tienen algo importante que hacer? No, en realidad la mayoría de ellos sólo quiere llegar a casa para tumbarse en el sofá, tomarse una cerveza y mirar la tele. Así pues, ¿son realmente necesarios esos 3 minutos? ¿Por qué parece que siempre tengan prisa? Y, lo que es más importante, ¿por qué persisten en empujarnos con el carro de la compra en la cola del supermercado? :)



Incluso cuando quieres quedar con un amigo se dice Hast du Zeit am Samstag? (¿Tienes tiempo el sábado?). El tiempo es un bien muy preciado aquí, y la pregunta ¿Tienes tiempo? pone el acento precisamente en la importancia del recurso tiempo. ¿Quieres gastar algo de tu preciado tiempo conmigo? En realidad creo que es un tema anglosajón, porque la expresión inglesa to spend time (literalmente: gastar tiempo) resulta también significativa. Se gasta el tiempo igual que se gasta el dinero.

No puedo imaginarme proponiendo una cita a un amigo mío diciendo: ¿Tienes tiempo el sábado? Diría sencillamente: ¿Quedamos el sábado? Es una diferencia pequeña, pero el acento no está en el tiempo como recurso, sino en el hecho que quiero encontrarme contigo. Me parece que la forma cómo hablamos depende de la forma en que pensamos. Al final del día, en Austria, habrás escuchado la palabra Zeit muchas veces.



Supongo que me sorprendo porque provengo de un país del Sur. Porque ahí el tiempo no es tan importante, es un concepto más flexible. Y tengo la impresión, de todos modos, que Austria está más o menos en el medio, que la cosa empeora cuanto más al Norte se vaya.

Una vez conocí a una chica saharaui que me contó que la gente del desierto tienen un dicho muy sabio: "Los europeos podéis tener los relojes. Nosotros tenemos el tiempo."

viernes, 13 de julio de 2007

Eidechse! Eidechse! (*)

Hoy he aprendido una nueva palabra: paraskavedekatriafobia. Está compuesta por las palabras griegas Παρασκευή, δεκατρείς, y φοβία, que significan viernes, trece, y fobia, respectivamente. En realidad se trata de una forma bastante pedante de referirse al miedo al viernes 13. Ahí queda eso.

En países de habla inglesa, alemana, polaca y portuguesa, el viernes 13 cumple la función de nuestro martes y trece. Se considera un día de mala suerte, en que pueden ocurrir desgracias con facilidad. En Austria la mala suerte la trae el viernes trece, no el martes trece. Siempre me pregunto cuál de las supersticiones se aplica en mi caso. ¿Es la mala suerte una propiedad intrínseca del país o de la nacionalidad? Preguntas sin respuesta...

Hoy he leído que en realidad la creencia que el viernes trece trae mala suerte es un invento relativamente moderno. De hecho, las primeras referencias escritas datan del año 1950. O al menos eso es lo que defiende la GWUP, Gesellschaft zur wissenschaftlichen Untersuchung von Parawissenschaften e.V. (Sociedad para el Estudio Científico de las Paraciencias), que publican una revista que se llama Skeptiker (Escépticos).

Y pensándolo bien, si tienen razón y la cosa se originó en los años 50, pues ya puede ser que en España no nos enteráramos (o nos enteráramos mal, por lo de la pérfida Albión), porque al principio de la dictadura del Tito Paco el tema relaciones internacionales e intercambios culturales pues no estaba muy bien visto.

¿Y vosotros? ¿Cómo habéis pasado el viernes 13?

(*) Lagarto! Lagarto!

domingo, 8 de julio de 2007

¿Adónde vas, rapaz?

Hoy hemos ido de excursión al Burg Hohenwerfen. Es un castillo hacia el sur de Salzburgo, colgado de un risco que domina una de las muchas gargantas que forma el río Salzach a lo largo de su curso. Siempre que veo un castillo así (la fortaleza Hohensalzburg de Salzburgo también es un buen ejemplo) me imagino cómo sería tener que atacarlo o tener que defenderlo.

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En Hohenwerfen hay un centro de investigación sobre aves rapaces, y también aprovechan el aire medieval de todo el entorno para vestirse con trajes de época y realizar un estupendo espectáculo con algunas de ellas. Un par de halcones, tres águilas, un buitre y dos milanos han volado sobre (y a veces entre!) nuestras cabezas. Armados con EduDigis y su objetivo largo, hoy hemos satisfecho al fotógrafo de National Geographic que todos llevamos dentro.

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Aquí dejo unas cuantas fotos de estas majestuosas aves. Observando la perfección de su vuelo y su elegancia suprema me quedo sin palabras. Voy a dejar que las imágenes hablen por sí solas. Son unas cuantas, pero creo que merece la pena.

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El halcón se lanza en picado y pasa como una centella entre las cabezas del público.

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El águila. ¿Qué más puedo decir?

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El vuelo del buitre es lento, rotundo, parece que pese una tonelada.

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¿Por qué será que cada vez que miro estas fotos oigo la música del programa de Félix Rodríguez de la Fuente? :)

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El águila de cabeza blanca es, sin duda, la más fotogénica de las aves del espectáculo.

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El buitre tenía curiosidad por vernos de cerca.

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Quién tuviera alas para poder acompañarlas...

jueves, 5 de julio de 2007

Fotografiando el aire

Esta madrugada se ha sabido que Salzburgo no va a organizar los Juegos Olímpicos de Invierno en el año 2014. Ya se había presentado para los del año 2006, 2010 y ahora 2014, y no ha sido escogida en ninguna de las ocasiones.

Cada mañana leo el periódico (Salzburger Nachrichten, "Las noticias de Salzburgo") en al autobús. Hoy venía la noticia de la eliminación en portada, con una foto que me ha gustado mucho. En ella aparece el canciller austríaco, Alfred Gusenbauer, abrazando al alcalde de Salzburgo, Heinz Schaden, en el momento en que se da a conocer que Salzburgo queda eliminada después de la primera ronda de votaciones. La cara del alcalde lo dice todo, apenas necesitas leerte el titular para saber qué pasa. Además, al leer la noticia tenía la foto todo el tiempo presente y, sea por una mínima empatía, pues me ha dado pena el pobre hombre.

Es una foto de aquellas de captar el momento justo, de estar ahí, presintiendo lo que va a ocurrir, teniendo el encuadre decidido, la luz medida, el balance de blancos en su sitio... Lástima que no la he encontrado online (de momento) porque si no la hubiera puesto en el post. A cambio, pongo unas cafeteras voladoras... :)


Muchas veces me maravilla esta capacidad que tienen las imágenes para transmitirnos algo. Porque el sentimiento está ahí, dentro de los cuatro márgenes de la foto. Y no sabes muy bien cómo, pero lo entiendes. Las imágenes son un lenguaje, igual que los lenguajes hablados y escritos, pero no se nos enseña a "leer" imágenes. Sabemos interpretarlas, pero lo hacemos de forma inconsciente, casi visceral. Y justamente eso es lo que las hace a la vez tan poderosas y tan peligrosas como medio de comunicación.



Cuando empecé a interesarme por la fotografía me sentía bastante desorientado. A veces, por casualidad más que por destreza, tiraba una foto que me gustaba mucho. Pero no era capaz de decir por qué me gustaba, o qué les fallaba a las demás. En realidad aún me sigue pasando a menudo. Pero la fotografía es un lenguaje, y como todos los lenguajes, tiene sus reglas básicas que nos permiten no sólo interpretarlos, sino también hacer que los demás nos interpreten.



Una de estas reglas es que, a pesar de ser transparente, es muy importante fotografiar el aire. Cuando vemos una foto, en realidad nos colocamos imaginariamente en el lugar donde estuvo la cámara. Pero la cámara no es nuestros ojos. Nosotros vemos mucho más, nuestro campo de visión es más grande, es muy definido en el centro y se pierde hacia los lados. Nuestro cerebro completa las formas, iguala los colores, interpreta las texturas, reconstruye el volumen. Una cámara fotográfica no puede hacer todo eso.


El aire es el medio en el que nos movemos, en el que vivimos, en el que respiramos. Lo damos por supuesto, y miremos a dónde miremos, vemos aire. Nos resulta familiar, tanto que ni nos damos cuenta. Pero cuando no vemos aire, sentimos de inmediato que algo falla, aunque probablemente no sepamos decir qué es. En una fotografía ocurre lo mismo, si hay aire nos resulta familiar, agradable, natural. Si no hay aire, tenemos una sensación extraña, nos ahogamos sin saber por qué.

martes, 3 de julio de 2007

The hills are alive

El domingo pasado fuimos de excursión. La semana pasada nos enteramos que en Filzmoos hacían un evento divertido, el kumm auffi ("sube p'arriba"), y allá que nos fuimos. Resulta que ponen durante toda la semana sofás y sillones en lo alto de la montaña, en los prados, para crear una especie de sala de estar al aire libre al lado del lago ("das Wohnzimmer am Almsee"). Al llegar y ver el cartelito que decía que en dar la vuelta al lago se tardaba unos 15 minutos a pie pensé que era la mejor actividad para mi estado algo resacoso después de haber ido a tomar algo con unos amigos la noche anterior.



Estábamos tan ricamente sentados en este incomparable salón comiendo nuestros bocadillos y tomando nuestros Almdudler, cuando unos cuantos locales empezaron a cantar canciones populares austríacas. O al menos imagino que eran canciones populares, porque otra gente también se les unía, lo cual era alegremente celebrado por los cantores ("nicht nur zuhören, mitsingen" - "¡no os quedéis callados! ¡cantad con nosotros!"). Probablemente se tratara de un coro, porque cantaban en varias voces y lo hacían muy bien. El paisaje, las montañas, los trajes tradicionales, ... parecía que la familia von Trapp iba a hacer acto de presencia en cualquier momento!



Las tradiciones son muy importantes para los austríacos. Uno de los ejemplos más aparentes son los trajes. Tan sólo hace falta pasearse en domingo y es seguro que uno se topa con locales vestidos con lo que nosotros identificamos como el típico traje de tirolés (aunque es común en toda la región alpina): los hombres en Lederhose (pantalón corto de cuero con tirantes) y las mujeres en Dirndl (el equivalente femenino, compuesto de blusa escotada, corpiño y delantal). En realidad no es necesario que sea domingo: pueden encontrarse trajes típicos en todas partes y a todas horas, sin esforzarse demasiado, especialmente fuera de las ciudades. Una vez andábamos un poco perdidos por una carretera estrecha con el coche cuando de pronto nos encontramos rodeados por una boda austríaca: unas 50 personas vestidas con lederhosen y dirndl nos rodearon, señalándonos y diciendo con gran alegría: "Oh! Espania! Espania!" (Sí, todavía teníamos la matrícula española por aquel entonces).




Debo confesar que a veces les tengo un poco de envidia. Porque han sabido conservar sus tradiciones de una forma que se me antoja impensable en España. Donde la mayoría de las tradiciones han sido monopolizadas por los unos o por los otros a lo largo de la Historia. Donde algo tan simple como decir que España es tu país constituye una opción política.

Hay algo que me resulta fascinante en el contraste entre una pareja de ancianos vestidos con sus trajes tradicionales, un adolescente con rastas, un turista indonesio haciendo fotos y una mujer musulmana apresurándose para hacer la comida para su familia. Es cuando veo algo así que no puedo evitar idealismos sobre la tolerancia universal, sobre la hermandad entre todas las gentes de la Tierra. Desgraciadamente no todo el mundo comparte conmigo esta visión. Hay gente (aquí, allá, en todas partes) que no ve con buenos ojos las tradiciones de los otros, y que se aferran a las propias aún más fuerte para defenderse. ¿Un minarete en un valle de los Alpes? ¡De ningún modo! ¿Qué pinta ahí? ¿Qué se les ha perdido aquí? No quieren integrarse. Debemos defender lo nuestro. Se cierran en guetos. No los queremos aquí. Ellos. Nosotros.



Una vez volvía del trabajo en el bus. Un anciano estaba sentado cerca de mí. Un inmigrante, sin duda, seguramente de alguna parte del Próximo Oriente, cansado, una sutil pero innegable tristeza en sus profundos ojos negros. Una chica musulmana subió al autobús. Era muy guapa y llevaba la cabeza cubierta por un velo. Saludó al anciano, se sentó a su lado y empezó a charlar alegremente. Él pronunciaba con cierta dificultad. Ella hablaba animadamente en un fabuloso dialecto austríaco. Ambos estaban hablando alemán entre sí. Después de cinco minutos escuchándolos fascinado, llegamos a la parada de la chica y se bajó del autobús, despidiéndose del anciano con un "Servus! Salaam aleikum!" que a punto estuvo de hacerme saltar las lágrimas.