martes, 3 de julio de 2007

The hills are alive

El domingo pasado fuimos de excursión. La semana pasada nos enteramos que en Filzmoos hacían un evento divertido, el kumm auffi ("sube p'arriba"), y allá que nos fuimos. Resulta que ponen durante toda la semana sofás y sillones en lo alto de la montaña, en los prados, para crear una especie de sala de estar al aire libre al lado del lago ("das Wohnzimmer am Almsee"). Al llegar y ver el cartelito que decía que en dar la vuelta al lago se tardaba unos 15 minutos a pie pensé que era la mejor actividad para mi estado algo resacoso después de haber ido a tomar algo con unos amigos la noche anterior.



Estábamos tan ricamente sentados en este incomparable salón comiendo nuestros bocadillos y tomando nuestros Almdudler, cuando unos cuantos locales empezaron a cantar canciones populares austríacas. O al menos imagino que eran canciones populares, porque otra gente también se les unía, lo cual era alegremente celebrado por los cantores ("nicht nur zuhören, mitsingen" - "¡no os quedéis callados! ¡cantad con nosotros!"). Probablemente se tratara de un coro, porque cantaban en varias voces y lo hacían muy bien. El paisaje, las montañas, los trajes tradicionales, ... parecía que la familia von Trapp iba a hacer acto de presencia en cualquier momento!



Las tradiciones son muy importantes para los austríacos. Uno de los ejemplos más aparentes son los trajes. Tan sólo hace falta pasearse en domingo y es seguro que uno se topa con locales vestidos con lo que nosotros identificamos como el típico traje de tirolés (aunque es común en toda la región alpina): los hombres en Lederhose (pantalón corto de cuero con tirantes) y las mujeres en Dirndl (el equivalente femenino, compuesto de blusa escotada, corpiño y delantal). En realidad no es necesario que sea domingo: pueden encontrarse trajes típicos en todas partes y a todas horas, sin esforzarse demasiado, especialmente fuera de las ciudades. Una vez andábamos un poco perdidos por una carretera estrecha con el coche cuando de pronto nos encontramos rodeados por una boda austríaca: unas 50 personas vestidas con lederhosen y dirndl nos rodearon, señalándonos y diciendo con gran alegría: "Oh! Espania! Espania!" (Sí, todavía teníamos la matrícula española por aquel entonces).




Debo confesar que a veces les tengo un poco de envidia. Porque han sabido conservar sus tradiciones de una forma que se me antoja impensable en España. Donde la mayoría de las tradiciones han sido monopolizadas por los unos o por los otros a lo largo de la Historia. Donde algo tan simple como decir que España es tu país constituye una opción política.

Hay algo que me resulta fascinante en el contraste entre una pareja de ancianos vestidos con sus trajes tradicionales, un adolescente con rastas, un turista indonesio haciendo fotos y una mujer musulmana apresurándose para hacer la comida para su familia. Es cuando veo algo así que no puedo evitar idealismos sobre la tolerancia universal, sobre la hermandad entre todas las gentes de la Tierra. Desgraciadamente no todo el mundo comparte conmigo esta visión. Hay gente (aquí, allá, en todas partes) que no ve con buenos ojos las tradiciones de los otros, y que se aferran a las propias aún más fuerte para defenderse. ¿Un minarete en un valle de los Alpes? ¡De ningún modo! ¿Qué pinta ahí? ¿Qué se les ha perdido aquí? No quieren integrarse. Debemos defender lo nuestro. Se cierran en guetos. No los queremos aquí. Ellos. Nosotros.



Una vez volvía del trabajo en el bus. Un anciano estaba sentado cerca de mí. Un inmigrante, sin duda, seguramente de alguna parte del Próximo Oriente, cansado, una sutil pero innegable tristeza en sus profundos ojos negros. Una chica musulmana subió al autobús. Era muy guapa y llevaba la cabeza cubierta por un velo. Saludó al anciano, se sentó a su lado y empezó a charlar alegremente. Él pronunciaba con cierta dificultad. Ella hablaba animadamente en un fabuloso dialecto austríaco. Ambos estaban hablando alemán entre sí. Después de cinco minutos escuchándolos fascinado, llegamos a la parada de la chica y se bajó del autobús, despidiéndose del anciano con un "Servus! Salaam aleikum!" que a punto estuvo de hacerme saltar las lágrimas.

2 comentarios:

Paco Bernal dijo...

Yo tenía una amiga/conocida aquí que decía que los austríacos, en cuanto hay cuarto y mitad de festival, se ponen sus trajes típicos y se lo pasan bomba. A mí me llamaba mucho la atención también, al principio, ver a las señoras con sus delantalitos esperando el tranvía y, en la mano, su ordenador portátil. La verdad es que es una de las cosas buenas que yo creo que los austríacos han sabido hacer: viajar del pasado al futuro con mucha elegancia.
Las fotos son FENOMENALES. En serio. Felicidades.

tonicito dijo...

Lo de los trajes es muy pintoresco, sin duda. Creo que Austria es un país de contrastes, y la señora con el delantalito y el ordenador portátil es uno de los más vivos ejemplos de ello.

Me alegro que te gusten las fotos! Una de las ventajas de tener pinta de "guiri" en Austria es que te puedes pasear impunemente con una cámara por los lugares más recónditos y todo el mundo te toma por un turista que se ha separado de la manada :)

Saludos!
Toni :)