lunes, 31 de agosto de 2009

Dejando pasar las horas...

El final del verano se acerca.

El sol que cada tarde ha estado entrando, implacable, por mi ventana de la oficina, cada vez se esconde antes tras las copas de los abetos que coronan la montaña a cuyos pies nos encontramos. Un sol que, por cierto, prefiero capear con la ventana abierta y que, por lo menos, corra algo de aire, antes que seguir las abstrusas teorías austríacas sobre cerrar las ventanas para que el aire de dentro se mantenga fresco. Teoría ésta más que discutible y que tendría algo de validez, en todo caso, en combinación con una persiana u objeto opaco a la sazón. Invento que, por lo menos a mi oficina, no ha llegado todavía.

Se acerca, como decía, el final del verano. Es ésta la estación del año cuyo final espero con más ansia, por varias razones. En primer lugar, porque el final del estío marca el comienzo del otoño, y ésta sí es, con ventaja, mi estación favorita. En segundo lugar, porque con él se marchan también varios puntos negativos: deja de hacer calor, la basura deja de apestar, se puede dormir por la noche y la gente, en fin, deja de oler (tan) mal... En tercer lugar, el sol de verano es demasiado intenso y cae demasiado en vertical, y además ilumina un uniformemente aburrido tono verde que no da ningún juego a la fotografía.

Castanyers

Y es que, debo admitirlo, bajo peligro de ser relegado a la condición de paria social por mis convecinos aborígenes, no me gusta el verano. De hecho, es el último en mi lista de estaciones favoritas, a saber, otoño, en un disputado segundo y tercer puesto invierno y primavera y, finalmente, muy atrás, verano.

De todos modos, lo que sí tiene de bueno el verano son las tardes ociosas de domingo, sin nada mejor que hacer que pillar el bocadillo y la bicicleta, pedalear media horita hasta Hellbrunn, tumbarse a la bartola y dejar pasar la tarde, leyendo, dormitando, comiéndose el bocata, haciendo fiestas a perretes simpáticos que vienen a visitarnos y, en fin, disfrutando de lo lindo de mi palabra favorita de hoy: Müßiggang, que significa nada menos que ociosidad.

Muessiggang

En fin, dejémonos llevar por la Müßiggang en el camino de vuelta a casa...

sábado, 15 de agosto de 2009

¿Llego tarde?

Ya sabéis que tengo debilidad por los dientes de león. Me parecen unas flores fascinantes en muchos sentidos, aunque no es ésta una opinión muy extendida entre la gente que gusta de cuidar sus jardines.

Uno de los hechos fascinantes sobre los dientes de león es su estrategia reproductora. Muchas especies de diente de león se reproducen por apomixis, un tipo de reproducción asexual, es decir, que no hay dos "progenitores" que combinan su material genético para dar lugar a "descendencia", sino que un solo individuo es capaz de producir copias genéticamente idénticas de sí mismo.

Este tipo de reproducción, basada en una duplicación exacta del material genético, no es muy distinta de la división celular que ocurre en nuestros cuerpos todo el tiempo, cuando nuestro pelo o nuestras uñas crecen, o cuando nuestra médula ósea produce nuevos glóbulos rojos. En cierto sentido, los dientes de león y otras especies que también se reproducen asexualmente cuestionan nuestra concepción de lo que es un organismo.

En su libro The Extended Phenotype el etólogo británico Richard Dawkins habla de una curiosísimo hecho acerca de organismos y dientes de león (la negrita es mía):

"Janzen (1977) aborda esta misma dificultad sugiriendo que un grupo de clones de diente de león debería de ser considerado como un 'individuo evolutivo' [...], equivalente a un árbol, que se extiende por el suelo en vez de elevarse hacia el aire en un tronco y que está dividido en 'plantas' físicas separadas [...]. Según este punto de vista, puede que haya tan sólo cuatro dientes de león compitiendo entre sí por todo el territorio de Norteamérica. [...]"
Dawkins, R.: The Extended Phenotype, Oxford University Press, New York, 1982, p.254

Estamos a mitad de agosto y el punto álgido de la temporada de floración de los dientes de león ya hace meses que ha pasado. ¿Pasado? Si uno se fija bien, aún podemos encontrarnos con los típicos tardones, los que llegan tarde a todas partes.

Am I late?

Y si te agachas y te acercas a ellos lo suficiente, tal vez puedas escucharlos preguntándose: Pero, ¿qué pasa aquí? ¿Dónde se ha metido todo el mundo?

sábado, 8 de agosto de 2009

U

Una imagen, en sí, no es nada. Luz reflejada en distintos objetos, en distintos materiales, que absorben unas u otras regiones del arco iris.

Pero cuando esa luz atraviesa nuestras pupilas para proyectarse, invertida, en nuestra retina, ahí comienza el viaje de la interpretación, la búsqueda del significado. Y este viaje ocurre independientemente dentro de cada uno de nuestros cerebros y es, por lo tanto, de lo más personal y subjetivo que puede haber.

En el largo camino entre las células fotosensibles del fondo ocular y la formación de una imagen mental, de un recuerdo, de una evocación en nuestra conciencia, los impulsos nerviosos deben cruzar, a la velocidad del rayo, miles de millones de conexiones que son así, y no de otra forma, porque eso es justamente lo que nos hace así, como somos, y no de otra manera.

La imagen, las miles de señales eléctricas que atraviesan nuestras neuronas, toma forma en la mente en un proceso cuya complejidad apenas si comenzamos a comprender. Esta imagen, o el modelo que de ella se forma en nuestras neuronas, es comparada con otros cientos de miles de formas, colores, texturas, que hemos ido asociando a lo largo de nuestra vida a sensaciones, emociones, evocaciones, ... significados. Y a pesar de que estos significados tienen mucho que ver con la cultura colectiva que hemos ido adquiriendo a lo largo de nuestras vidas, no dejan de ser algo único y particular de cada individuo.

U01

Un cubo azul, luminoso, en lo alto de un poste, con una letra U blanca sería, en todos los países de habla germana, sinónimo inmediato de algo tan banal como una estación del metro (U-Bahn, en alemán, abreviatura de Untergrundbahn, lit. "ferrocarril subterráneo"). En mis circunstancias actuales, a orillas del Mediterráneo, en la ciudad que me acogió a los 17 años, esta imagen adquiere un significado muy distinto. Esta U indica aquí la entrada de las ambulancias a la clínica des de la que escribo estas líneas.

U02

Hoy, esta U significa para mí la batalla de la que acabo de ser testigo. Una batalla librada contra las malditas células que, por puro azar, por puro egoísmo, deciden tornarse inmortales.

Una batalla, afortunadamente, vencida.